La distribución del ingreso y la desigualdad han sido un asunto medular en cualquier intento de construcción de una sociedad más justa y equitativa. Respecto a la desigualdad, Marx veía en el Manifiesto Comunista cómo la concentración de los capitales y de la propiedad territorial, (…) las desigualdades irritantes en la distribución de la riqueza, tal (…) proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política (…) porque (…) aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad (Marx & Engels, 1970). Esa alerta temprana sobre los peligros de la concentración del capital de forma creciente bajo el capitalismo ha sido corroborada de forma empírica (Banco Mundial, 2019).
Los análisis de la desigualdad a nivel mundial indican la ineficiencia del modelo de desarrollo capitalista para resolver este flagelo. La desigualdad creció en el mundo de forma sostenida desde principios del siglo XIX hasta la crisis de 2008. Fue en este momento que se logró la primera caída de la desigualdad a nivel mundial, entre 2008 y 2013 el índice de Gini[1] tuvo una disminución de cinco puntos porcentuales. Muchos vieron en esto la prueba definitiva de la infalibilidad del capitalismo, al considerar resuelto el asunto de que mayor prosperidad trae consigo la convergencia entre los distintos niveles de ingresos y que se avanza en la reducción de las asimetrías, pero no fue así.
El principal motor de esa reducción de la desigualdad fue un proyecto de construcción socialista: China (Banco Mundial, 2019). Este país por sí solo ha dado cuenta de un 60% (OIT, 2018) del incremento mundial del salario medio en las últimas décadas y ha contribuido a sacar 850 millones de personas de la pobreza (Banco Mundial, 2020). Así es que dichos resultados están lejos de ser atribuibles al sistema capitalista y sí pueden ser asociados a la constante preocupación de los sistemas socialistas por alcanzar modelos equitativos y prósperos.
En el caso cubano el tema ha sido dejado a interpretaciones y estimaciones personales, sin respaldo numérico, por muchos años[2]. Este vacío de información oficial ha sido llenado por las más fantasiosas teorías conspirativas y el acomodo numérico por parte de algunos malintencionados en su afán de sostener su crítica contra Cuba y su modelo. Mucho ha pasado la Revolución desde el ultimo Gini publicado en los ochenta: la caída del campo socialista que generó un derrumbe del PIB cubano en el entorno del 35%, más los nocivos impactos del bloqueo que se recrudece cada año y que por cada incremento porcentual en su costo anual impulsa un decrecimiento del PIB cubano entre 0.87% y 1.17% (Mok, 2017). Esa propia política estadounidense, con más fuerza desde 2019, ha buscado impedir todas las formas de ingreso de divisas a la economía cubana, ya sea atacando los principales renglones exportables cubanos, la entrada de inversión extranjera directa o las remesas que recibe el país. Todo ello mientras su maquinaria mediática se encarga de resaltar como justificante una posibilidad que permite a Cuba, aunque no de forma fácil, adquirir “a la vista” cierto grupo de bienes de consumo y medicinas. Obviamente, la sumatoria de esas medidas, bloqueo de las escasas fuentes de ingresos y pago al contado de importaciones, permite vislumbrar la verdadera intención de la estrategia estadounidense que busca dejar a Cuba sin divisas.
Todo ese complejo entorno ha estado, además en el 2020, abigarrado por una pandemia mundial que ha hecho al mundo enfrentar el escenario económico más complejo de los últimos años. A Cuba, economía pequeña y altamente dependiente del comercio internacional, que se empeña en poner el bienestar del pueblo por delante de economicismos, le ha proporcionado un daño incrementado. No es trivial, por tanto, retomar el estudio de la desigualdad en Cuba. La utilidad de este estudio va más allá de comparaciones necesarias. Para Cuba debe ser además una forma de introspección, de análisis interno y de reafirmación de hacia dónde vamos.
Por otro lado, los impactos del bloqueo sobre la desigualdad, aunque han sido atenuados por el Gobierno cubano se han dejado sentir sobre todo en las últimas décadas. El ataque al comercio exterior cubano ha generado la necesidad de explorar nuevos métodos en el campo económico que podrían generar desigualdad en el corto y mediano plazo. A la par, la vocación de protección al trabajador en Cuba ha impedido que se apliquen recetas neoliberales de despidos masivos ante coyunturas adversas, al contrario, se ha garantizado el derecho al empleo hasta en los momentos más complejos.
No obstante, esto genera peligrosos desequilibrios financieros que han provocado no pocos problemas para las finanzas internas cubanas. La dolarización de la economía en los 90, la doble moneda para comenzar la desdolarización, los tipos de cambio múltiples, la segmentación de mercados, todas han sido medidas coyunturales que ha tomado el Gobierno cubano, para enfrentar situaciones extremas creadas por el bloqueo, afectando lo menos posible la calidad de vida de las personas. Un efecto indeseable de esas medidas coyunturales, ha sido el incremento perceptible de la desigualdad comparada con la existente antes de la caída del campo socialista.
Actualmente, y en medio de una difícil situación económica, se ha emprendido la tarea del ordenamiento monetario. Un asunto complejo y no con total predictibilidad de los resultados, sobre todo en el entramado económico cubano. Esta tarea de ordenamiento plantea la unificación de tipos de cambio como base para comenzar el camino al crecimiento sostenido, el incremento de salarios y la reducción de subsidios. Conseguirá inmediatamente, eliminar distorsiones en los registros contables y económicos, eliminar transferencias cuasi fiscales, subsidios implícitos a importaciones y gravámenes a exportaciones que partían de un tipo de cambio sobrevalorado del peso cubano para el circuito empresarial. En este contexto, se han ido ofreciendo informaciones relevantes para fomentar el debate y aporte del pueblo a la construcción conjunta de la estrategia nacional de desarrollo.
Entre las informaciones publicadas se encuentra la distribución de los consumos eléctricos por categorías en los hogares de Cuba. Esta oportunidad parecería única para retomar las estimaciones de la desigualdad utilizando el consumo eléctrico como aproximación al nivel de ingreso o riqueza. De esta forma, los distintos estratos de consumo eléctrico conforman los distintos niveles de ingreso de los hogares.