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FRAGMENTOS O TESTIGOS DE LA ZANJA REAL

FRAGMENTOS O TESTIGOS DE LA ZANJA REAL
Orden de visita
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La construcción de la Zanja Real, iniciada en 1566, resultó una obra muy imperfecta, hasta el punto de ser cegada un año más tarde por la acción de un huracán. Esta situación obligó al Cabildo a encargarle la realización de los trabajos a Hernán Manrique de Rojas, en 1588, sin que se lograsen los resultados esperados. Por tal motivo, en 1589, el gobernador de la Isla, Juan de Texeda, nombró a Bautista Antonelli, para que como ingeniero consultor se encargase de concluir las obras de la Zanja, llevándolas a feliz término en 1592, año en que se le concedió a La Habana el título de ciudad, y el derecho a utilizar el escudo que aún hoy ostenta. Como resultado de lo anterior, la capital de la Isla dispuso de su primer acueducto, el cual conducía las aguas a una velocidad de 0.20 metros por segundo, con una descarga de 70 000 m3 diarios, de los cuales a la población llegaban 20 000 m3, producto de los desvíos intermedios dedicados a los regadíos .

Dada la ausencia de agua potable en el sitio donde la villa se asentó definitivamente, su función esencial fue aportar el líquido vital a la población habanera así como a las tripulaciones, soldados y pasajeros de las naves que arribaban al puerto y debían abastecerse para sus prolongados viajes . La Zanja sirvió, además, para proveer la fuerza motriz a importantes industrias: los primeros trapiches de producción de azúcar, molinos de trigo y tabaco, así como sierras de madera, utilizándose incluso para acarrear troncos de madera en el siglo XVIII. Otras actividades como baños públicos, los mataderos, tenerías y alfares con que contó la ciudad dependían del agua de la zanja para su funcionamiento.

En lo concerniente a la calidad de las aguas, la historiografía sobre el tema aporta puntos de vista discrepantes; así, mientras el historiador José Martín Félix de Arrate y Acosta la consideraba “delgada y buena”, Jacobo de la Pezuela evaluó la Zanja como una “ancha acequia que traía el agua casi impotable”. Lo cierto es que, si bien en las tempranas décadas del siglo XVI la escasa población del territorio aún no había incidido negativamente en el grado de contaminación de las aguas, las cuales sólo resultaban enturbiadas con las crecidas del río, dos centurias más tarde, y ante el empeoramiento de las condiciones higiénico-sanitarias, las autoridades locales se vieron obligadas a dictar medidas, prohibiendo el uso de la Zanja como baño público de personas y aseo de animales, según puede apreciarse en el “Bando de Buen Gobierno para la ciudad de La Habana”, dictado por el gobernador Luis de las Casas, el 30 de junio de 1792.

Hasta mediados del siglo XVI el recorrido de la zanja era a cielo abierto, aspecto que implicaba la suciedad de sus aguas y que motivó que en transformaciones urbanas posteriores este se cubriera. La impureza de las aguas, producto de los desechos que se acumulaban en los canales, hizo que los aljibes colectores de agua de lluvia permanecieran en la preferencia para el uso doméstico.

Esta situación, unida al crecimiento de la población y de su desarrollo socio-económico, convirtió la necesidad de un nuevo acueducto , a inicios del siglo XIX. Fue por ello que bajo el gobierno del capitán general Dionisio Vives, y promovido por el superintendente de Hacienda, Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, se elevó al Rey la solicitud de que se autorizase la nueva obra. Encomendada la dirección de los trabajos del Acueducto de Fernando VII a los ingenieros Manuel Pastor y Nicolás Tamayo, se acometió su realización entre 1831 y 1835.

Tomas y pajas de agua

Estas tomas o pajas de agua consistían en un tubo de bronce de tres pulgadas de diámetro por doce de largo, y eran introducidas en uno de los sillares inferiores de una u otra banda de la Zanja, y por las que se había de pagar 100 ducados en el siglo XVIII, cantidad que se elevó en el siglo XIX a 400 pesos fuertes.

Cobertura de la Zanja

La primera noticia que tuvimos en relación con intentos de cubrirla Zanja y sus ramales, nos la da el Acta Capitular de 13 de enero de 1646. El primer ramal en ser cubierto es el que bajaba por la calle de la Amargura, que abastecía de

agua, tanto a la Casa del Cabildo corno a la pila situada en la Plaza de San Francisco, de la cual se surtían las flotas.

Abandono de la Zanja

Abandonada la Zanja Real después que en 1835 el Excmo. Conde de Villanueva terminó el Acueducto de Fernando VII. Sólo se continuó usando sus aguas en algunos barrios, aprovechándose por otros, bien para regadío o como fuerza hidráulica de algunas industrias particulares o del Estado. En esa época, había en La Habana 895 aljibes y 2 .976 pozos, los cuales, por motivos sanitarios, fueron clausurados en los primeros años de la República.

Partes de la Zanja que aún se conservan

  • La presa de El Husillo, construida por Bautista Antonelli, ingeniero de Carlos III.
  • El canal de toma de la presa, construido de sillería.
  • La casa de compuertas desde la cual se regulaba el paso del agua que fue destruida por el ciclón de 1944; en los altos de la misma vivía el celador de la Zanja.
  • El canal que aún subsiste al fondo de la Quinta de los Molinos, con el ramal que suministraba fuerza hidráulica a los Molinos del Rey.
  • La lápida situada en el Callejón de El Chorro.

 

 

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