El terreno que hoy ocupa la plaza era antes cenagoso con manantiales subterráneos. Se le conocía por ello como Plazuela de la Ciénaga, cuyo destino principal era el de abastecer de agua a la población y las embarcaciones.Sin embargo, la calidad del agua de la Ciénaga no era la mejor para beber. En temporada de intensas lluvias, cuando aumentaba el nivel de la bahía, el agua salobre penetraba hasta la plaza, lo que suponía la contaminación de las emanaciones acuíferas. Otra condicionante que impedía el consumo del líquido en dicha temporada era que, al encontrarse en zona baja, los caudales que corrían desde los altos senderos de la Loma del Ángel arrastraban a su paso gran cantidad de basura y suciedad.
A partir del siglo XVIII, las calles del Chorro, San Ignacio, Mercaderes y Empedrado, definirían los contornos de la Plaza de la Catedral, la cual con el tiempo había dejado de ser un lugar de abasto de agua para erigirse en centro religioso de la ciudad, tras la demolición de la Parroquial Mayor en la Plaza de Armas.
La Plaza estaba llamada a figurar entre las más relevantes. En sus inmediaciones se estableció la familia Díaz Pimienta, y bajo su auspicio se armaron las primeras naves habaneras a fines del siglo XVII, según consta en el artículo Barroca plaza habanera, perteneciente a la Revista Opus Habana de la OHCH, cuyo autor se nombra Fernando Padilla González. Una parte del fragmento se encuentra disponible en http://www.opushabana.cu/index.php/86-flaschazo/historia-naval/4239-barroca-plaza-habanera
Un aspecto hermoso debía ofrecer esta plaza en aquellos días de bodas y bautizos, cuando invadida de quitrines se ofrecía en todo su esplendor la belleza criolla entre los entorchados de los uniformes y el tricornio del Capitán General; o el día de Reyes en que—como ha dicho alguien—"la turba esclava irrumpía con sus trajes colorinescos, sus tambores, sus gritos, sus danzas ancestrales, y una ancha fuerza negra apagaba por un momento con un gran clamor bárbaro, el suave rumor místico de las preces cristianas".[1]
La Plaza de la Catedral es un símbolo de la ciudad. Hoy la entendemos no solo como un espacio de convergencias de valores históricos sino también como ícono urbanístico distintivo de La Habana. Su imagen colonial y barroca fue apreciada y reflejada por los cronistas europeos, en especial por grabadores como Federico Miahle. Su peculiar entramado de piedras sostuvo el paso de escritores como Cirilo Villaverde, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, quienes, de una manera , estamparon sus impresiones sobre el espacio citadino.
Fuente pública
Según se observa en el grabado Casa de Correos en la Plaza de La Catedral. Habana, de Laureano Cuevas, publicado entre 1841 y 1842, en un lateral del Palacio de Lombillo, por la calle Empedrado, estuvo ubicada esta estructura. Sobre esta fuente se conoce que, en 1874, el Ayuntamiento determinó su traslado, pues entorpecía la colocación de la fuerza armada que asistía a los días de “fiesta de tabla”.
Fuente La Teresa
Ubicada en el centro de la plaza. Durante el siglo XVII y hasta inicios del XVIII esta fuente no solo se utilizó para abastecer de agua a las embarcaciones, sino para otras actividades relacionadas con el mar.
[1] Tomado de Martha de Castro: Plazas y Paseos de la Habana Colonial, p-5